Cada 16 de julio la liturgia festeja a la Virgen del Carmen. Esta festividad expresa una devoción secular que Ella misma corroboró el 13 de octubre de 1917, en su última aparición en Fátima, en la que se mostró coronada como Reina del Cielo y de la Tierra con el Niño Jesús en brazos y vistiendo el hábito carmelita.
La advocación del Carmen tiene su origen en el monte Carmelo, montaña de Tierra Santa que con sus 170 m domina el Mar Mediterráneo. Cuenta el libro primero de los Reyes que el profeta Elías se encontró con algunos hombres en el cerro mencionado para defender la pureza de la fe y ganaron el desafío a los sacerdotes del ídolo Baal. Cuando aún no había nacido el Salvador, Elías y sus discípulos ya cultivaban una fervorosa devoción a Aquella de la que habría de nacer el Mesías, y que se manifestó al mencionado profeta en forma de una nubecita que se alzaba desde la tierra en dirección al monte trayendo consigo la lluvia para librar a Israel de la sequía. Y según la tradición, la Sagrada Familia hizo una pausa en el monte Carmelo durante su regreso de Egipto. Hacia 1154 se retiró allí el noble francés Bertoldo, que había llegado a Palestina con su primo Emerico de Limoges, patriarca de Antioquía, y se decidió congregar eremitas en un cenobio. Los frailes construyeron una capilla rodeada por sus celdas, la dedicaron a la Virgen y adoptaron el nombre de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo.
En la noche del 15 al 16 de julio de 1251, San Simón Stock (1165-1265), tras haber sido elegido superior general de la Orden Carmelita en 1247, imploró a la Virgen que le diera una señal de protección especial para la orden, que atravesaba graves dificultades. De repente se iluminó la celda y se le apareció la Madre de Dios con una multitud de ángeles. Traía en la mano un objeto que estaba destinado a entrar en la historia de la Iglesia como el santo Escapulario del Carmen, y le dijo: «Recibe, amado hijo, este escapulario de tu orden, como señal de fraternidad. Es un privilegio que he obtenido para ti y para todos los hijos del Carmelo: quien muera devotamente revestido de él se librará del fuego del Infierno. Es prenda de salud, salvaguarda en los peligros y señal de alianza y de paz con vosotros para siempre».
La extraordinaria promesa era la respuesta materna de la Santísima Virgen a la ferviente devoción de San Simón Stock y de todos los hijos de San Elías para todos los siglos. La promesa no era sólo para los que profesasen en el Carmelo, sino que se extendía a toda la familia espiritual del Carmelo. Portar el escapulario significaba estar asimilado a la Orden y participar de sus deberes morales y privilegios espirituales.
El escapulario está formado por dos trozos de tela marrón unidos por un cordón que se lleva colgado del cuello. En muchos de sus documentos oficiales, la Iglesia dice que el escapulario es patrimonio común de todos los fieles que lo portan. Todo el que lleve, sea religioso o seglar, puede contar con la promesa de librarse de las llamas del Infierno.
Otro gran privilegio que se concede a quien porta el escapulario se conoce como privilegio sabático. Según la tradición, se remonta a una promesa que hizo la virgen al papa Juan XXII (1316-1334), confirmada por una bula de 1332 según la cual quienes hubieran portado devotamente el escapulario saldrían del Purgatorio el sábado sucesivo a su muerte. Esto ha sido confirmado por numerosos documentos de papas posteriores, entre ellos Pío XII, que el 11 de febrero de 1950, cuando se cumplían siete siglos de la aparición a San Simón Stock, confirmó que el santo escapulario, portado en devotas condiciones, libra a las almas del Infierno y las saca más pronto del Purgatorio, en particular el primer sábado después de su muerte.
Los dos grandes privilegios del escapulario, la preservación del Infierno y la liberación anticipada del Purgatorio, son dos momentos diversos pero complementarios de la protección de la virgen a sus hijos del Carmelo.
San Simón Stock, que propagó la devoción a la Virgen del Carmen, le compuso un bellísimo himno, el Flos Carmeli. He aquí la letra::
Flos Carmeli, vitis florigera, splendor cœli, Virgo puerpera, singularis.
Mater mitis, sed viri nescia, carmelitis esto propitia, stella maris.
Radix Jesse, germinans flosculum, hic adesse me tibi servulum patiaris.
Inter spinas quæ crescis lilium, serva puras mentes fragilium, tutelaris!
Armatura fortis pugnantium, furunt bella tende præsidium scapularis.
Per incerta prudens consilium, per adversa iuge solatium largiaris.
Mater dulcis, Carmeli domina, plebem tuam reple lætitia qua bearis.
Paradisi clavis et ianua, fac nos duci quo, Mater, coronaris. Amen.
Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular. Madre tierna, intacta de hombre, muéstrate propicia con los Carmelitas ¡Estrella del mar!
Raíz de Jesé que has germinado una flor, permítenos estar siempre cerca de ti. Lirio que creces entre las espinas, consérvanos puros, a nosotros que somos tan débiles.
En las dudas danos consejos prudentes, en las adversidades danos tu consuelo. Tú que eres la armadura fuerte del que lucha, cuando la guerra enfurece, danos la defensa de tu escapulario.
Dulce Madre, Virgen purísima, muéstrate propicia a los cristianos, Estrella del Mar. Puerta y llave del paraíso, Madre haz que alcancemos el lugar donde estás coronada de gloria. Amén. Aleluya.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)