Corre por el Vaticano la voz de que a un colaborador que había preguntado si es cierto que se ha creado una comisión para «reinterpretar» la Humanae vitae, el papa Francisco le habría respondido: «No es comisión, sino un grupo de trabajo».
No se trata sólo de artificios lingüísticos para ocultar la verdad, sino de juegos de palabras que revelan que el culto de la contradicción es la esencia de este pontificado. Monseñor Gilfredo Marengo, coordinador del «grupo de trabajo», sintetiza bien esta filosofía, cuando afirma que es preciso huir del «polémico juego de píldora sí, píldora no, al igual que al actual de comunión para los divorciados sí, comunión para los divorciados no» (Vaticaninsider, 23 marzo 2017).
Esta premisa es necesaria para presentar un nuevo documento confidencial, obra igualmente de otro «grupo de trabajo». Es el documento de trabajo Sobre la concelebración en los colegios sacerdotales de Roma, que circula de manera reservada en los seminarios romanos. De dicho texto se desprende claramente que el papa Francisco quiere imponer, de hecho, si no de principio, la concelebración eucarística en los colegios y seminarios romanos, afirmando que «la celebración comunitaria debe ser siempre preferible a la individual».
El motivo de esta decisión surge del propio documento. Roma no es solamente la sede de la Cátedra de San Pedro y el corazón de la Cristiandad, sino también el lugar donde se congregan los sacerdotes y seminaristas de todo el mundo para adquirir esa veneración por la fe, los ritos y la tradición de la Iglesia, que antes se conocía como «espíritu romano».
La estancia en Roma, que ayudaba a cultivar el amor por la Tradición de la Iglesia, brinda hoy en día la oportunidad de recibir una «reeducación» doctrinal y litúrgica a quien desee «reformar» la Iglesia según las directivas del papa Bergoglio. La vida en los colegios romanos –declara precisamente el documento de trabajo– da la ocasión de «vivir al mismo tiempo un periodo intenso de formación permanente e integral».
El documento alude explícitamente a un discurso reciente a los sacerdotes que estudian en Roma, en el que el papa Francisco recordó la importancia eclesial de la concelebración en el contexto de las comunidades de sacerdotes estudiantes: «Se trata de un desafío permanente para superar el individualismo, vivir la diversidad como un don, buscando la unidad del presbiterio, que es signo de la presencia de Dios en la vida de la comunidad. Presbiterio que no mantiene la unida, de hecho, echa a Dios de su testimonio. No es testimonio de la presencia de Dios. Lo manda afuera. De ese modo, reunidos en nombre del Señor, especialmente cuando celebran la Eucaristía, manifiestan incluso sacramentalmente que Él es el amor de su corazón» (Discurso del 1º de abril de 2017).
A la luz de esta doctrina, el documento de trabajo de la Congregación para el Clero, subraya que «es preferible la Misa concelebrada a la celebración individual» (negritas en el original, así como en las citas que siguen).
«Por tanto, se exhorta vivamente a los superiores a fomentar la Concelebración, incluso variasveces al día, en las grandes comunidades de presbíteros. En consecuencia, se pueden programar varias concelebraciones en los colegios sacerdotales, de modo que los presbíteros que vivan en ellos puedan participar en la medida de las propias exigencias, procurando fijar dos o tres momentos a lo largo del día».
«En efecto, las relaciones diarias, compartidas cada día y durante años en un mismo colegio romano, constituyen una experiencia importante en la trayectoria vocacional de cada sacerdote. Por este medio se forjan ciertamente vínculos de fraternidad y comunión entre los presbíteros de diversas diócesis y naciones que encuentran una expresión sacramental en la concelebración eucarística».
«Indudablemente, alejarse de la diócesis en que se está incardinado y de la propia misión pastoral por un tiempo bastante largo no sólo garantiza una buena preparación intelectual, sino que ante todo brinda la ocasión de vivir al mismo tiempo un periodo intenso de formación permanente e integral. Desde esta perspectiva, la vida comunitaria de los colegios sacerdotales ofrece esta forma de fraternidad presbiterial, probablemente novedosa.
La experiencia del colegio brinda la oportunidad de celebrar fructíferamente la Eucaristía por parte de los sacerdotes. Por consiguiente, la práctica de la Concelebración eucarística diaria en los colegios puede convertirse en una oportunidad de profundizar en la vida espiritual de los sacerdotes, con frutos importantes como la expresión de la comunión entre los presbíteros de las diversas iglesias particulares, que se manifiesta de modo especial cuando los obispos de las distintas diócesis presiden la concelebración con motivo de sus visitas a Roma; la oportunidad de escuchar la homilía pronunciada por uno de sus hermanos en el clero; la celebración esmerada, y a la vez solemne, del la Eucaristía diaria, y la profundización en la devoción eucarística que todo sacerdote debe cultivar, más allá de la propia celebración».
Entre las normas prácticas indicadas, se lee: «Es aconsejable que los sacerdotes puedan participar habitualmente en la concelebración eucarística durante los horarios programados en su colegio, dándose siempre preferencia a la celebración comunitaria sobre la individual. En este sentido, los colegios sacerdotales que cuenten con un nutrido número de sacerdotes podrían establecer la Concelebración Eucarística en 2 ó 3 horas distintas a lo largo del día, fin de permitir que cada uno participe según sus propias necesidades personales, académicas y pastorales».
»Si por circunstancias particulares los sacerdotes residentes en el colegio no pudieran participar en la concelebración a las horas programadas, deberá darse siempre prioridad a la celebración conjunta a una hora más conveniente».
La infracción del canon 902, según el cual «pueden los sacerdotes concelebrar la Eucaristía,permaneciendo, sin embargo, la libertad de cada uno para celebrar individualmente», es evidente y se reitera en dos lugares del texto, con la consecuencia de que los colegios sacerdotales que apliquen al pie de la letra el documento de trabajo vulnerarán la ley universal vigente. Pero más allá de las consideraciones jurídicas, hay otras de naturaleza teológica y espiritual.
El 5 de marzo de 2012, con motivo de la presentación del libro de monseñor Guillaume Derville, La concelebrazione eucaristica. Dal simbolo alla realtà (Wilson & Lafleur, Montréal 2012), el cardenal Antonio Cañizares, a la sazón prefecto de la Congregación para el Culto Divino, puso de relieve la necesidad de «moderar» la concelebración, haciendo suyas las palabras de Benedicto XVI:
«Recomiendo a los sacerdotes la celebración diaria de la santa Misa, aun cuando no hubiera participación de fieles. Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada celebración eucarística; y, además, está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación» (Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, n. 80).
La doctrina católica ve de hecho en la Santa Misa la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz. La multiplicación de las misas redunda en mayor gloria para Dios y supone un inmenso bien para las almas. «Si toda Misa tiene en sí un valor infinito –escribe el padre Joseph de Sainte-Marie–, las disposiciones de los hombres para recibir sus frutos son siempre imperfectas y, en este sentido, limitadas. De ahí la importancia del número de misas celebradas para multiplicar a su vez la salvación.
En base a este razonamiento teológico elemental paro suficiente, la fecundidad salvífica de la multiplicación de las misas è inoltre probada por la costumbre litúrgica de la Iglesia y de la actitud del Magisterio. De esta fecundidad, la Iglesia –lo enseña la historia– ha ido cobrando progresivamente conciencia a lo largo de los siglos, promoviendo la práctica y fomentando después oficialmente cada vez más la multiplicación de las misas» (L’Eucharistie, salut du monde, Dominique Martin Morin, París 1982, pp. 457-458).
Para los neomodernistas, la Misa se reduce a una asamblea, tanto más significativa cuanto mayor es el número de sacerdotes y de fieles que participan. La concelebración se entiende como un instrumento para que hacer perder gradualmente al sacerdote la conciencia de su ser y de su misión, que no es otra que la celebración del sacrificio eucarístico y la salvación de las almas.
En cambio, la disminución de las misas supone la pérdida del recto concepto de la Misa y es una de las causas principales de la crisis religiosa de nuestro tiempo. Ahora también la Congregación para el Clero, por voluntad del papa Bergoglio, contribuye al desmantelamiento de la fe católica.