Las cuatro semanas de Adviento, que preceden a la Santa Navidad, evocan las tinieblas que envolvían al mundo antes de la venida de Jesús, divino Salvador de la humanidad. La Iglesia ha asignado al Adviento la lectura del profeta Isaías, que es el que ha predicho con más vigor el contraste entre la apostasía del pueblo de Israel y el momento de su inminente Redención.
En el tercer domingo de Adviento, llamado Gaudete por ser ésta la primera palabra de su introito, con estación en la basílica de San Pedro del Vaticano, la Iglesia manifiesta su esperanza y su alegría porque el Señor ya viene. Isaías anuncia: «En aquel día se cantará este cántico en la tierra de Judá: “Tenemos una ciudad fuerte, el mismo Salvador es su muro y baluarte. Abrid las puertas, para que entre la nación justa, que guarda la verdad”» (Is.26,1-2).
Comenta Dom Guéranger: «Santa Iglesia Romana, baluarte nuestro, henos aquí congregados dentro de tus muros, en torno al sepulcro de aquel pescador cuyas cenizas te protegen en la Tierra mientras su doctrina inmutable te ilumina desde los Cielos. Pero si eres fuerte, lo eres por el Señor que ya viene. Él es tu bastión, pues Él abraza a todos tus hijos en su misericordia. Él es la fortaleza inexpugnable, porque gracias a Él no prevalecerán contra ti las potencias del infierno. Abre las puertas para que todos los pueblos abarroten tu recinto. Porque tú eres maestra de santidad y custodia de la verdad. ¡Cese de inmediato el antiguo error que combate la Fe, y se extienda la paz a toda la grey! Santa Iglesia Romana, siempre has cifrado tu confianza en el Señor, y a su vez Él, fiel a su promesa, ha humillado ante ti las cumbres soberbias, los castillos del orgullo. ¿Qué fue de los césares que creyeron haberte anegado en tu propia sangre? ¿Qué fue de los emperadores que osaron atentar contra la inatacable virginidad de tu fe? ¿Dónde están los sectarios que a lo largo de los siglos se han enseñado sucesivamente con los artículos de tu doctrina? ¿Dónde los príncipes ingratos que intentaron esclavizarte después de que tú misma los hubieses engrandecido? ¿Qué se hizo el imperio de la Media Luna, que tantas veces rugió contra ti cuando, desarmada, pusiste en fuga su soberbia conquistadora? ¿Qué pasó con los reformadores que pretendieron edificar un cristianismo prescindiendo de ti? ¿Qué fue de aquellos sofistas modernos a cuyos ojos no eras sino un fantasma impotente y carcomido? ¿Y dónde estarán de aquí a un siglo los reyes que tiranizan a la Iglesia y los pueblos que buscan la libertad fuera de la verdad?
»Habrán pasado con el fragor del torrente, mientras que tú serás por siempre tranquila, siempre joven, siempre sin arrugas, Santa Iglesia Romana, asentada sobre la piedra inamovible».
La lectura del profeta Isaías para la tercera semana de Adviento anuncia que el Señor Dios habla de esta manera: «He aquí que pondré en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular preciosa, sólidamente asentada; el que confía en ella no necesita huir. Y pondré el derecho por regla, y la justicia por plomada» (Is.28, 16-17).
Esa piedra que aportará solidez a Sion, comenta Dom Guéranger, es la Iglesia: «La Iglesia se alzará sobre la piedra, y su cúspide alcanzará el Cielo sin que haya que temer por los cimientos. Y por débil y voluble que sea el hombre en sus pensamientos, si se apoya en ti, Piedra divina, participará de tu inmutabilidad. ¡Ay de quien te menosprecia! Porque Tú mismo, Verdad eterna, has dicho: «Quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo». Guárdanos de esta doble calamidad, Piedra augusta que estás llamada a ser cabeza de ángulo aunque sigas siendo desechada por algunos arquitectos ciegos. No permitas que tengamos la desgracia de contarnos entre los que te han desconocido así. Concédenos que te honremos siempre como principio de nuestra fuerza, como la sola razón de nuestra solidez. Y así como has comunicado esa calidad de piedra inmutable a uno de tus Apóstoles, y a través de él a sus sucesores hasta la consumación de los siglos, haz que nos mantengamos en todo momento firmes sobre la roca de la Santa Iglesia Romana, con lo cual todas las iglesias, sobre toda la superficie terrestre, se preparan para celebrar tu divina aparición. Piedra preciosa, Piedra escogida que vienes para destruir el imperio de la mentira y romper la alianza que había establecido el género humano con la muerte y el infierno».
Confiemos en esta piedra, que aplastará a sus enemigos. Esta piedra triunfará, porque Nuestro Señor lo ha prometido y no puede fallar: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversum eam.Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)