(Roberto de Mattei, Tradicion digital) Discurso del prof. Roberto de Mattei, el 18 dicembre 2007 con motivo de la firma del covnenio para restaurar el estanbdarte que el Duque de Paliano, Marcantonio Colonna, alzó durante la Batalla de Lepanto el 7 de octubre 1571.
Es para mi un gran honor y también un gran placer participar en este encuentro, sea por la autoridad de quien lo ha convocado, el Arzobispo de Gaeta Monseñor Fabio Bernardo D’Onorio, sea por el contexto en el cual se desarrolla, la inolvidable ciudad de Gaeta, pero sobre todo por su objeto: la restitución del estandarte restaurado de Lepanto, un evento que recuerda un extraordinario hecho, al que le atribuyo un gran valor simbólico, religioso y cultural.
Cualquier relato que se refiere a este hecho no puede prescindir de los estudios del gran ciudadano de Minturno, el historiador Pietro Fedele, publicados en Perugia en 1903, reimpresos en Minturno en 1971 con el título “Lo stendardo di Marco Antonio Colonna a Lepanto” .
La seriedad y la importancia de esta investigación histórica de Fedele es demostrada por el hecho que dos de entre los más grandes historiadores de la Iglesia del último siglo, el barón Ludwig von Pastor y Mons. Hubert Jedin, la utilizan para relatar lo que sucedió en Roma el 11 de junio de 1570.
Aquel día, el papa Pío V, decidido a intervenir contra la amenaza turca en el Mediterráneo, nombraba Prefecto y Capitán General de la Armada Pontificia a Marco Antonio Colonna, duque de Paliano y gran Condestable de la Corona de Nápoles.
El 11 de junio, Marco Antonio Colonna, que entonces tenía 35 años y estaba en la plenitud de su vigor, se dirigió desde su antiguo Palacio situado en la Plaza de los Doce Apóstoles hacia el Vaticano, revestido de una magnífica armadura y acompañado por nobles y caballeros.
El Papa recibió al duque de Paliano en la Capilla Pontificia y después de la celebración de la Santa Misa, le dio las Insignias de Mando de la flota y le confió el estandarte que momentos antes había bendecido.
Este estandarte era, según la descripción que hizo un testigo, Cornelio Firmano, Ceremoniero Pontificio bajo Pío V, un lábaro (1) en el cual estaba pintado sobre un fondo de damasco rojo, el Crucifijo entre los Apóstoles Pedro y Pablo, con las palabras: IN HOC SIGNO VINCES. Marco Antonio Colonna, tomando entre sus manos el estandarte, juró querer ser fiel defensor de la Iglesia romana y de dedicarse con todas las fuerzas contra los enemigos que amenazaban Europa y la Iglesia.
En 1566, Solimán II, uno de los más famosos emperadores otomanos, fue sucedido por su hijo Selim II, que había puesto bajo asedio la isla de Chipre, una de las últimas escalas comerciales que la República de Venecia poseía todavía en Oriente. La expansión turca no se limitaba a las aguas del Mediterráneo, pues después de la conquista de Hungría en 1526 llegaba a las fronteras del Imperio y aspiraba a la conquista de Italia centro-meridional, devastada desde hacía siglos por incursiones y correrías islámicas.
En menos de dos meses, el príncipe logró preparar doce galeras que a inicios de agosto estaban reunidas en el puerto de Ancona, y prontas a zarpar para socorrer a los venecianos asediados en la isla de Chipre. La empresa habría tenido que contar con la participación de españoles y venecianos, la cual no pudo ser, dada la discordia que existía entre los príncipes cristianos.
Chipre fue conquistada por los turcos: los defensores de la isla fueron asesinados: el Comandante de la Plaza fuerte de Famagusta, Marcantonio Bragadin, fue desollado vivo. La suerte de los cristianos de Chipre era la que los Turcos preparaban para los cristianos de Europa. Pero un santo estaba sentado en la Cátedra de Pedro.
Michele Ghislieri, dominico, Papa desde 1566 con el nombre de Pío V, veía en la defensa de la Cristiandad uno de los primeros objetivos de su Pontificado. A pesar de las dificultades, derivadas de las discrepancias entre los Estados Europeos, y después de dificultosas tratativas diplomáticas, logró concertar el 20 de mayo de 1570 una Liga entre los príncipes cristianos.
Fue elegido al mando de la Armada Cristiana un joven de 25 años, don Juan de Austria, hijo natural del emperador Carlos V y hermanastro del rey de España Felipe II. A su lado, el Papa puso al alguien más experto, Marco Antonio Colonna, confirmado al mando de la flota pontificia. La flota veneciana estaba comandada por Sebastiano Veniero, que tenía entonces 70 años, pero que en el campo de batalla demostraría su valor. También Génova, Savoia, Toscana, Mantua, Parma, Urbino, Ferrara y Malta habían adherido con sus galeras, en total 208 contra las 230 turcas: el más poderoso despliegue de fuerzas jamás visto en la historia.
El 21 de junio, Marco Antonio Colonna zarpó con las galeras pontificias desde Civitavecchia y el día siguiente llegó a Gaeta, donde dirigiéndose al Duomo, entre aclamaciones, hizo voto de ofrecer como don a aquella Iglesia el estandarte que le había confiado San Pío V si la empresa era llevada a cabo con éxito.
Otro estandarte fue entregado por el Papa a la Armada: era de damasco celeste que en la parte superior tenía el Crucifijo y en la inferior el escudo de Pío V entre los de España y de Venecia. El cardenal Granvella lo confió en Nápoles, a don Juan De Austria, con las insignias de Comandante de la Armada.
El 16 de septiembre la flota cristiana dejó Mesina, donde se había reunido, llegó a la isla de Cefalonia el 5 de octubre y al alba del 7 de octubre se encontró frente a la flota turca en el Golfo de Lepanto. La Armada cristiana se dispuso para la batalla en forma de cruz, mientras que la turca avanzaba en forma de media luna.
Los turcos dispararon el primer cañonazo. Sobre la nave almiranta de don Juan de Austria y sobre la nave de Marco Antonio Colonna fueron izados los dos grandes estandartes que habían sido bendecidos por el Papa y que no debían ser desplegados sino hasta el día de la batalla.
Un estremecimiento de conmoción corrió entre los ánimos de los combatientes. Todos, desde los comandantes hasta los últimos soldados hicieron genuflexión para recibir de los sacerdotes la bendición, la absolución sacramental y la indulgencia plenaria. Después, entre el sonar de trompetas y redoble de los tambores se levantaron gritos de “Victoria, Victoria” y “Viva Jesucristo”.
En el centro de la formación estaba la Real de España, con don Juan de Austria; a su derecha estaba la Capitana Pontificia de Marco Antonio Colonna, a la izquierda la Capitana Veneciana de Sebastiano Venier. En el ala derecha estaba el almirante español Juan Andrés Doria y en el ala izquierda el veneciano Agostino Barbarigo. Eran las 11 de la mañana del domingo 7 de octubre de 1571.
El choque entre las dos flotas fue tremendo. La batalla se hizo más dura en el centro, alrededor de la galera de don Juan de Austria y de la Capitana de Marcantonio. Las naves almirantes turca y cristianas se enfrentaron una a otra, formando un campo de batalla flotante, en el cual jugaron un rol decisivo las infanterías.
El cambio del viento a favor de los cristianos decidió la suerte del encuentro. Después de cinco horas de furiosa batalla, los cristianos quedaron casi incrédulos frente a la completa victoria. Más de 80 galeras hundidas, más de 117 capturadas, más de 25.000 turcos muertos: las pérdidas de los cristianos sumaban 12 galeras y 7.500 hombres.
Aquel día, en Roma, a eso de las 5 de la tarde, San Pío V estaba tratando algunos asuntos con su secretario Bussotti. En cierto punto interrumpió la conversación, se puso de pie, se acercó a la ventana y allí permaneció durante algunos momentos, como contemplando una misteriosa escena. Después, conmovido, volvió a donde estaba su secretario y le dijo: “¡No tratemos más estos temas, no es tiempo para ello! Corred a dar gracias a Dios. Nuestro ejército logra la victoria” .
Este episodio no es una leyenda, fue uno de los milagros reconocidos para la causa de canonización de san Pío V. Pío V había rezado intensamente delante de una imagen de la Virgen que, según la tradición, habría abierto milagrosamente los labios pronunciando las palabras: “Victoria, victoria”.
Miguel Cervantes, embarcado en una galera, definió la batalla como “la mayor jornada que vieron los siglos”. El nombre de Lepanto había entrado en la historia. Hacía siglos que Roma no veía una pompa triunfal como aquella que recibió al comandante de la flota pontificia a su regreso el 4 de diciembre de aquel año.
El más insigne ornamento del cortejo era el estandarte de la Armada Pontificia, llevado por el caballero Tommaso Romegas, y que Marco Antonio Colonna, para cumplir su voto, donaría después al Duomo de Gaeta. Cuando el duque de Paliano pasó bajo el arco de Constantino, los ojos de todos se volvieron hacia la inscripción: IN HOC SIGNO VINCES.
Esta inscripción que evoca la aparición a Constantino en el año 312, en la vigilia de la batalla de Saxa Rubra, nos da la clave para comprender el significado profundo del estandarte de Lepanto, que se conecta, no sólo simbólicamente, al lábaro de Constantino. En el año 312, el mismo Cristo se le había aparecido en sueño al joven emperador que se preparaba para enfrentar a su rival Majencio, y le había ordenado de trazar sobre el lábaro imperial el monograma cristiano. Aquel día en el cielo, como relata el historiador Eusebio de Cesarea, había aparecido una cruz resplandeciente con una gran inscripción a todos visible: IN HOC SIGNO VINCES, que aseguraba al ejército de Constantino la victoria si combatía bajo el signo de la cruz. Bajo este signo, el 28 de octubre de 312, en Saxa Rubra, Constantino combatió y venció, inaugurando una nueva era en la historia.
El lábaro constantiniano de Saxa Rubra contiene toda la teología política cristiana que sería formulada por el Papa Gelasio en la célebre distinción entre los dos poderes, la sacrata auctoritas y la regia potestas y vendría después representada en la imagen del grande triclinio Lateranense, en el cual se ve representado a Jesús que da las llaves a San Pedro y el estandarte a Constantino, y del lado opuesto a San Pedro que da el palio a León III y el estandarte a Carlo Magno.
Un gran estudioso salesiano, el cardenal Alfons Maria Stickler, ha dedicado páginas profundas a este poder de coacción de la Iglesia, lo ius gladii, como fue teorizado en el Medioevo. La Iglesia reivindica su autoridad indirecta en todas las cuestiones temporales que tienen relación con la fe y la moral y expresa este derecho en un emblema que a partir del siglo XX fue llamado “Vexillum Sancti Petri”, la bandera de la Iglesia, cuya forma varió pero el color siempre fue rojo y sobre cuyo fondo siempre resalta la imagen del crucifijo y de las llaves de San Pedro.
“Si las insignias medievales, que indican la soberanía expresan muchas de las características ideales de la soberanía medieval –escribe el historiador de la Iglesia Hubert Jedin- esto vale también para los estandartes bajo los cuales combatió la Liga en Lepanto. Cuando Marco Antonio Colonna el 11 de junio de 1571 prestó juramento en la capilla papal, recibió de manos del Papa, además del Bastón de mando, una bandera de seda roja. En esta bandera estaba grabado Cristo Crucificado entre los Príncipes de los Apóstoles Pedro y Pablo; abajo de bajo los cuales estaba el emblema de Pío V y como lema: IN HOC SIGNO VINCES.
El Cristo crucificado no es una simple imagen de Cristo, sino la cruz de los cruzados: Pedro y Pablo simbolizan no sólo que Colonna mandaba el contingente papal, sino que la Iglesia romana y su Jefe, el Papa, se identifican en la empresa. El lema ‘In hoc signo vinces’ muestra como la guerra era una guerra de fe”.
Sobre los campos de guerra de las cruzadas flameó el “Vexillum Sancti Petri”, la bandera de la Iglesia, que no es la bandera blanca y amarilla de la Ciudad del Vaticano. La bandera de la Iglesia fue llevada hasta tiempos recientes por aquél que, por cargo hereditario, era definido “Vessillifero di Santa Romana Chiesa”. Este encargo residía en la familia Patrizi, que todavía hoy conserva el estandarte de la Iglesia en su Palacio.
Las raíces de Europa se hunden en el Evangelio y en la Iglesia, que ha dado la civilización a Europa, siempre ha reivindicado el derecho y el deber de defender esta civilización, de defender las raíces cristianas de Europa de sus enemigos, no empuñando jamás directamente las armas, pero apelando a los soberanos católicos, como sucedió en Lepanto en 1571y en Viena en 1683. Hoy la cristiandad está disuelta, sustituida por una sociedad relativista y secularizad, pero Lepanto es el símbolo de una actitud del espíritu. Benedicto XVI ha recordado como el cristianismo no es una religión individual y como la privatización del Cristianismo, la disolución de su dimensión pública y social es la base de su crisis.
El estandarte de Lepanto no es un documento de archivo, ni una memoria del pasado para relegar en el álbum de los recuerdos perdidos. Lo admiramos hoy en un Museo, pero es un mensaje que nos viene del pasado par recordar la misión de cada cristiano, que es aquella de testimoniar, también con la sangre, la propia fe.
El cristiano debe estar pronto para afrontar sufrimientos y persecuciones y sobre todo no debe engañarse a sí mismo creyendo que no existen enemigos. Hay, por tanto, un buen combate para combatir. La vida de cada cristiano es lucha y en esta lucha está la verdadera victoria.
Las palabras IN HOC SIGNO VINCES permanecen un programa de vida y de acción siempre actual.
Nota
1. Estandarte que usaban los emperadores romanos, en el cual, desde el tiempo de Constantino y por su mandato, se puso la cruz y el monograma de Cristo, compuesto de las dos primeras letras de este nombre en griego.
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